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Por los senderos de un pasado destierro republicano
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Por los senderos de un pasado destierro republicano
POR LOS SENDEROS DE UN PASADO DESTIERRO REPUBLICANO
En Set Casses, frente a los hostales de la ribera del rio, y al pie de un pequeño puente que da paso a la otra orilla, hay un cartel con letras descoloridas en fondo oxidado que casi cada año parece que me reta, me lanza como una provocación para que caiga en sus indicaciones,
EL mensaje indica el comienzo de un largo camino que montaña arriba acaba en Mollo, último enclave nacional antes de llegar a Prat de Mollo ya en tierras galas. La duración de la caminata, y los kilómetros a recorrer me desaniman para obedecerlo.
El lugar y junto al camino que se pierde bajo una espesa maleza, es recorrido por uno de los afluentes que bajando de la montaña engordan al retoño del Ter que abajo se desliza retozando y alegre por entre peñas redondas bajando desde su nacimiento allá en las cumbres en donde tiene por compañía la estación de esqui, Walter 2000. Pero Nadie diría que el escaso gorgoteo de un pequeño charco por entre las rocas de las alturas, observado en las cumbres por curiosas cabras hispánicas, dará lugar kilometres abajo, a todo un rio que llegara grande y caudalosos a Camprodón, y recorrera la comarca, pisando fuerte.
Podría aguantar esa larga caminata que representa, sin duda, esa que inician con alegría grupos de jóvenes que pasan a mi lado. Pero dan respeto estas montañas, su inmensidad, y su frondosidad intimidan. Por lo que perderse por estos parajes, y para el que no los conoce es temerario.
Desisto otra vez como en cada ocasión que pise este rincón pirenaico, y me conformo con acercarme a comprar el diario que llega hasta aquí mucho antes que en la ciudad, cosa curiosa. En el único pequeño y Bien surtido supermercado del pueblo. Set Casses perdio hace años, y en a favor del hormigón sus riberas naturales del rio que le da vida, y ahora, los pretiles de cemento, separan y alejan de la naturaleza rubial cuajada de truchas al visitante. y Aunque con esto se han mejorado las calles que lo flaquean. Pero hay que visitar el cercano Molló, y hacia allí, y motorizado, me dirijo por carreteras que saliendo de Camprodon, no cambian nunca, de sinuosas y solitarias y con toda su historias prendidas en los árboles de sus cunetas
El silencio, la paz y la grandiosidad de lo que nos rodea, nos hace sentir pequeñitos e insignificantes frente a la majestuosidad de las altas montañas que nos observan trepar por su laderas. Molló es tranquilo, su única calle tampoco altera la sensación de serenidad que acompaña en el recorrido sin abandonarlo a todo aquel que lo visita. Dos iglesias tiene y a la cual con más historia entre sus piedras en continua remodelación. El románico Prevalece como testigo de que huellas romanas pisaron todo aquello mucho antes que nosotros. Pero la carretera sigue hacia Prat de Mollò, la Francia Cercana y vecina de la que ya no hay frontera que nos separe. Desapareció del abandonado pabellón que aparece en una de la cumbre que subimos. Tan solo una pareja de la autoridad, y que camina por el arcén, da fe de que alguna vez aquello fue Linde y separación.
Estampas de paisajes dignos de la mejor cámara y pinceles nos acompañan. A los caballos y vacas sueltos, en plena libertad colgados por entre las peñas, le somos indiferentes, y ni siquiera los altera el sonido del claxon. Bajando una pendiente divisamos la especie de murallas de castillo que rodea a este pueblo de montaña, y ya con le Courier motorizado que se nos cruza y saluda, tengo ocasión de pronunciar alguna palabras de la nunca olvidada del todo, lengua de Moliere que guardo en algún lejano rincón de la memoria. Y nos perdemos por entre el mercadillo, sus murallas antiguas, los monumentos a los caídos franceses en las dos guerras mundiales y vivimos en suma, un ambiente francés con mucho de Catalán tantos años añorado.
Rocinante
En Set Casses, frente a los hostales de la ribera del rio, y al pie de un pequeño puente que da paso a la otra orilla, hay un cartel con letras descoloridas en fondo oxidado que casi cada año parece que me reta, me lanza como una provocación para que caiga en sus indicaciones,
EL mensaje indica el comienzo de un largo camino que montaña arriba acaba en Mollo, último enclave nacional antes de llegar a Prat de Mollo ya en tierras galas. La duración de la caminata, y los kilómetros a recorrer me desaniman para obedecerlo.
El lugar y junto al camino que se pierde bajo una espesa maleza, es recorrido por uno de los afluentes que bajando de la montaña engordan al retoño del Ter que abajo se desliza retozando y alegre por entre peñas redondas bajando desde su nacimiento allá en las cumbres en donde tiene por compañía la estación de esqui, Walter 2000. Pero Nadie diría que el escaso gorgoteo de un pequeño charco por entre las rocas de las alturas, observado en las cumbres por curiosas cabras hispánicas, dará lugar kilometres abajo, a todo un rio que llegara grande y caudalosos a Camprodón, y recorrera la comarca, pisando fuerte.
Podría aguantar esa larga caminata que representa, sin duda, esa que inician con alegría grupos de jóvenes que pasan a mi lado. Pero dan respeto estas montañas, su inmensidad, y su frondosidad intimidan. Por lo que perderse por estos parajes, y para el que no los conoce es temerario.
Desisto otra vez como en cada ocasión que pise este rincón pirenaico, y me conformo con acercarme a comprar el diario que llega hasta aquí mucho antes que en la ciudad, cosa curiosa. En el único pequeño y Bien surtido supermercado del pueblo. Set Casses perdio hace años, y en a favor del hormigón sus riberas naturales del rio que le da vida, y ahora, los pretiles de cemento, separan y alejan de la naturaleza rubial cuajada de truchas al visitante. y Aunque con esto se han mejorado las calles que lo flaquean. Pero hay que visitar el cercano Molló, y hacia allí, y motorizado, me dirijo por carreteras que saliendo de Camprodon, no cambian nunca, de sinuosas y solitarias y con toda su historias prendidas en los árboles de sus cunetas
El silencio, la paz y la grandiosidad de lo que nos rodea, nos hace sentir pequeñitos e insignificantes frente a la majestuosidad de las altas montañas que nos observan trepar por su laderas. Molló es tranquilo, su única calle tampoco altera la sensación de serenidad que acompaña en el recorrido sin abandonarlo a todo aquel que lo visita. Dos iglesias tiene y a la cual con más historia entre sus piedras en continua remodelación. El románico Prevalece como testigo de que huellas romanas pisaron todo aquello mucho antes que nosotros. Pero la carretera sigue hacia Prat de Mollò, la Francia Cercana y vecina de la que ya no hay frontera que nos separe. Desapareció del abandonado pabellón que aparece en una de la cumbre que subimos. Tan solo una pareja de la autoridad, y que camina por el arcén, da fe de que alguna vez aquello fue Linde y separación.
Estampas de paisajes dignos de la mejor cámara y pinceles nos acompañan. A los caballos y vacas sueltos, en plena libertad colgados por entre las peñas, le somos indiferentes, y ni siquiera los altera el sonido del claxon. Bajando una pendiente divisamos la especie de murallas de castillo que rodea a este pueblo de montaña, y ya con le Courier motorizado que se nos cruza y saluda, tengo ocasión de pronunciar alguna palabras de la nunca olvidada del todo, lengua de Moliere que guardo en algún lejano rincón de la memoria. Y nos perdemos por entre el mercadillo, sus murallas antiguas, los monumentos a los caídos franceses en las dos guerras mundiales y vivimos en suma, un ambiente francés con mucho de Catalán tantos años añorado.
Rocinante
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Tropezar una vez no es malo, encariñarse con la piedra sí.
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