La virgen María y la iglesia cristiana

En el supuesto de la existencia cierta de una mujer llamada María, esposa de un carpintero de Nazaret, y madre, entre otros hijos, de un tal Jesús, al que le dio por presentarse en Jerusalén como el Mesías que los judíos esperaban —y aún esperan—, no era la de esa imagen que se nos presenta como una mujer blanca, muchas veces rubia o casi y de rasgos europeos. Por mentir, que no quede.

Esa María que habla el libro de los judíos, la Biblia, pertenecía a la tribu de Judá, de la simiente de David, y la bisabuela de este David, Rut, era moabita negra. David no era un hombre de raza blanca.

Al margen de si es verdad o no que esa María pudo existir, queda patente la falsedad al representarla como una mujer blanca. Es verdad que los pintores, quizás para darle más carisma, la han representado blanca, de mirada virginal inocente, unas veces alzando sus ojos al cielo, y en otras con dagas clavadas en su pecho y mirada de profundo dolor, y todo según la escena que han pretendido representar o la parte de la sociedad a la que han querido engañar. En realidad son iconos pintados para apelar al corazón del ser humano y no a su pensamiento.

Por mentir se la retrata a veces rezando el rosario, objeto inventando muchos siglos después (año 1214), y es que la iglesia católica ha utilizado cualquier motivo de cualquier religión, o motivo pagano, para hacerlo suyo y transformarlo a sus intereses.

Es así, guste o no guste, y es ya hora de ir llamando al pan, pan, y al vino con un poco de gaseosa: tinto de verano.

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