Mitología

LAS MOIRAS

Las Moiras en la mitología griega son las tres diosas, Cloto, Láquesis y Átropos, son hermanas y son responsables del destino de los mortales desde que nacen; son las que asignan la duración de sus vidas y el momento de su muerte. La hebra dorada que ellas hilan representa el destino individual de cada uno y cuando el hilo se rompe, esto significa la muerte de la vida de un ser humano.

La hilandera que sujeta el carrete es Cloto. Láquesis es la que trenza el hilo. Y Átropos, la de las tijeras, es la que corta el hilo, por lo que se la tenía por una furia ciega, ya que es la que decidía hasta dónde llegaba el hilo, por mucho que los dioses se opusieran.

Por mucho que las madres lamentaran la muerte prematura de sus hijos, los guerreros intentaran prolongar la vida o Zeus tratara de disuadirles de cortar uno de los hilos, las súplicas eran inútiles. Las Moiras eran inflexibles.

En la mitología romana eran conocidas como Las Parcas.

Esa era aracne la tejedora de los hilos de la vida..

ACTEÓN Y ARTEMISA

Artemisa, diosa virgen de la caza que no disfrutaba de la compañía de los hombres, junto a varias de las ninfas que le acompañaban, que habían hecho también voto de castidad, vivían juntas y solían refrescarse en la laguna del valle de Gargafia cuando terminaban su jornada de caza.

Un día muy caluroso, el cazador Acteón se perdió en el bosque. Era además el príncipe de Tebas. Se internó en el valle de Gargafia sin saber lo que le esperaba. De pronto se encontró con Artemisa y las ninfas.

Una de las ninfas de Artemisa la aseaba con el agua fresca, otra le peinaba y recogía el pelo y una tercera esperaba en la orilla con las sandalias y el manto de la diosa. El resto de las damas de compañía jugaban en el agua mientras se quitaban el polvo y el barro que se les había adherido cazando. Todas ellas estaban desnudas, como Artemisa.

Las ninfas chillaron, consternadas y furiosas, al descubrir que un hombre las observaba en toda su desnudez. Artemisa se puso en pie, iracunda, mientras las ninfas se apresuraban a cubrir el cuerpo de la diosa con los suyos propios. Habían dejado apartadas sus armas de caza y en ese momento la diosa anhelaba tenerlas en su mano para matar al intruso.

Artemisa tomó agua entre sus manos y se la tiró a Acteón en la cabeza a la vez que le gritaba: «Ahora ve y cuéntale al mundo, si acaso puedes, qué sentiste cuando viste a la diosa de la caza desnuda»

El agua que le cayó en la frente le provocó que empezasen a brotarle sendos cuernos. Acteón cayó al suelo con los brazos extendidos para amortiguar el golpe pero, en lugar de manos humanas, chocaron con la tierra unas pequeñas y afiladas pezuñas. Sus brazos comenzaron a alargarse y a convertirse en extremidades parecidas a las patas. El cazador se había convertido en un ciervo.

Como hombre, Acteón se había sentido atemorizado por la diosa y sus ninfas, pero como venado todo le aterraba. Echó a correr, llorando, sin saber adónde dirigirse para pedir ayuda. De pronto, oyó gruñidos de sabuesos de caza. Sus propios perros habían percibido el olor que desprendía como venado y se precipitaron ansiosos hacia él. Acteón intentó gritar con todos sus fuerzas que era su amo y que se detuvieran, pero no consiguió articular palabra. Los perros se abalanzaron sobre el cazador desgarrándole la carne y algunos miraron a su alrededor sorprendidos de que su amo no estuviera con ellos para darle muerte al ciervo.

Segundos después acudieron corriendo sus amigos que gritaban su nombre invitándole a ver la maravillosa pieza que habían encontrado, mientras él yacía a sus pies, desangrándose. Nunca nadie cayó en la cuenta de que ese gran trofeo que se llevaban a casa era su amigo y líder Acteón, príncipe de Tebas.